Me gusta ser diferente
Nací en 1981 en San Luis Potosí, México. El mismo día que mi mamá nació en 1959, un 19 de septiembre. Sé que viví felizmente mis primeros 13 años junto a mis papás y mis tres hermanos hasta que abruptamente mi vida cambió por la devaluación del peso, empezó a haber problemas de dinero en casa. En 1999, cuando cumplí 18, entré a la universidad a estudiar diseño gráfico, fui el octavo lugar del examen en la lista de recién egresados, sacaba 10 en matemáticas y ahí conocí a mi esposo Piero.
Mi adoración, mi papá, moría en diciembre del año 2000. Me corté el cabello después de un largo de años. Trabajé para terminar mi carrera al mismo tiempo que hacia invitaciones de boda. Como si el día tuviera muchísimas horas: trabajaba sin parar. Mi examen de titulación fue en noviembre de 2004, el mismo día que fallecía mi querido abuelo, papá de mi papá.
Un día decidí abrir una oportunidad para mi, recuerdo años antes haber caminado de la mano con mi papá en el Palacio de Gobierno de San Luis Potosí y pensar en que algún día ahí trabajaría. Era la diseñadora gráfica de la Secretaria de Finanzas, aun hoy veo en la calle las últimas placas de coches que diseñé ahí.
El mismo año que me cambié de trabajo estaba diciendo —Si, acepto— al amor de mi vida. Nunca tuve más sueños cumplidos que en esos años, aprendí a usar por fin una cámara en manual como los fotógrafos de antes. Vivía al lado de Piero en una casita llena de amor. Compré mi primer auto.
Siempre me consideré observadora y callada, tomar fotos para otros me hizo aprender todo lo contrario, sabía cómo empatizar con cualquier persona asi no le gustara tomarse fotos. Aprendí tanto de mi. La foto me llevó a muchos lados. Conocí a personas y lugares que aun guardo en mi corazón. Viajé, estudié con los mejores, reaprendí, enseñé a otros, amaba, amo compartir. Hasta que tuve otro sueño.
Año y medio después de soñar, ese sueño no llegaba. Acabé cansada de doctores y procedimientos que celebramos nuestra unión después de 5 años de casados en una fiesta única, asegurándome que quedara guardado para siempre en fotos y video. Quería decirle al universo que no importaba estar solo Piero y yo juntos. Gritarle que estaba bien así. El 2012 me enseñó tanto, tanto.
Quería tener a mi primer bebé a los 30, casarme a los 25, trabajar en gobierno, ser exitosa profesionalmente como si necesitara probarle a todo mundo que yo también podía. Toda mi vida me había salido como la había “planeado” menos esto. A finales de ese año empecé a decirle adiós a la fotografía de boda sin saberlo. Recibimos a Bella en casa, nuestra perrita Shiba.
El día que fuera el cumpleaños 60 de mi papá le estaba diciendo a Piero (con un video de nuestro avión despegando a San Francisco) que una nueva etapa empezaba, estábamos esperando ¡por fin! a nuestro primer hijo, Massimo.
Cuando nació, cuando lo agarré con mis manos bajo el agua y lo saqué a mis brazos rodeada por los de Piero, estaba maravillada de lo que mi cuerpo hizo por nosotros, lo valoré, honré y lo amé por primera vez. Agradecí haber estado consciente de haber aprendido con el cómo es la naturaleza, el nacimiento y la vida misma. Eres mi gran maestro Massimo. No se trata de tener, se trata de vivir.
Entregada, exhausta y anulada vivi el siguiente par de años. Estoy segura de que a todas las mujeres nos da depresión post parto, porque morimos literal. Nos convertimos en una nueva persona, una que deja “mucho” para seguir haciendo mucho. Una que “deja” para dejar lo mejor de ella a su descendencia.
En 2016 como remolino llegó Carissa, ansiosa de nacer, avisándome de cada movimiento, de cada aprendizaje, como si todo ya lo supiera ella solita y quisiera que todos lo supieran. Carissa es mi sorpresa de la vida. Nunca supimos el sexo de nuestros hijos hasta el día que nacieron y dábamos por seguro que seria niño, porque Massimo decía o talvez para no emocionarme de más sino lo era.
Amo los retos, todos esos que dicen que no se pueden hacer o que por ideologías se espera que realices, me gusta hacerlo diferente —me gusta ser diferente— como dice Carla en el libro "El sandwich de Carla" de Debbie Herman. Haber recibido a mis hijos en agua sin anestesia abrió mis ojos a la vida. Los de Piero. A la vida llena de cosas buenas, sin sufrimientos, sin pérdidas. Mis decisiones y mi familia me han hecho sentir mi vida eso, solo mía.