Aro es una fotógrafa mexicana cuya práctica habita los territorios íntimos donde la vida cotidiana se vuelve narrativa: la familia que habita, el cuerpo que cuida, la memoria raíz, la casa que sostiene. Su mirada—arraigada en experiencia vivida y nutrida por una sensibilidad ferozmente humana—explora los pliegues donde la ternura se sostiene con la misma fuerza que la vulnerabilidad.

Formada originalmente como diseñadora gráfica y fotógrafa, Aro encontró su verdadero territorio cuando se convirtió en mamá. Allí, en el desorden y cansancio de la maternidad, descubrió que las historias más profundas no necesitan escenografía: se viven en la piel, en los silencios, en los gestos diminutos que sostienen un día entero. Desde entonces, su trabajo busca capturar lo real, lo honesto, lo bello, lo que ya es.

Su trayectoria comenzó en 2009, entre familias y bodas destino, mientras tejía comunidad con fotógrafas de todo el país a través de Ellas Workshop, un espacio creado para compartir oficio, herramientas y posibilidades. Con el nacimiento de sus hijos, su enfoque se afinó hacia la fotografía documental familiar, un territorio donde se volvió artesana del instante real: lo que se mueve, lo que duele, lo que sana.

En 2019 abrió su estudio, consolidando un espacio dedicado a historias familiares contadas con honestidad radical. Ese mismo año inició Flores para mí, una serie inspirada por su hija: un ensayo visual sobre identidad, escucha interior y la belleza que florece cuando una mujer vuelve a sí misma.

Ha documentado familias que viven con desafíos neurológicos, colaborado con el Instituto para Ciegos y Débiles Visuales, y participado en proyectos que visibilizan la violencia contra las mujeres y la lucha contra el cáncer. Siempre desde el mismo lugar: el respeto profundo por la dignidad humana y la convicción de que la imagen acompaña para sanar.

En cada proyecto, Aro se mueve con la convicción de que la fotografía es un acto de presencia: un puente entre lo que somos y lo que aún buscamos. Una práctica que cuida, cuestiona y siembra.

Su práctica fotográfica nace del asombro cotidiano de criar—de ese sabor agridulce que transforma el mundo cuando una mira a sus hijos y se reconoce, a veces por primera vez.